domingo, 6 de marzo de 2011

Seis de marzo

 Me quedé observándolo mientras él dormía. Era tan perfecto incluso para eso... Hace poco más de un año no podría haber pensado jamás que me encontraría allí. Pero en cambio ahí estaba, con aquel al que amaba, en aquella cama que tan pequeña nos había parecido la noche atrás, cuando nos habíamos amado como nunca. Y nada más importaba, el mundo quedaba pequeño tras nuestros pensamientos. Apenas en un susurro todo a nuestro alrededor se había desvanecido, para dar paso a una composición de respiraciones alteradas y amor. La camisa blanca yacía a un lado de la habitación, la misma camisa que había sobrado de forma casi brusca en mi cuerpo, la misma camisa que casi violentamente la pasión había arrancado. Me paré un segundo más en su cuerpo. Era tan perfecto que me hacía temblar solo con pensar lo que solo él y yo habíamos conseguido hacer. Entonces se despertó y me miró a los ojos. Y me di cuenta de que estaba llorando, llorando porque verdaderamente era feliz. Llorando porque lo tenía y eso era lo único que me importaba, porque solo él había conseguido hacerme más feliz que toda una vida. Pero no preguntó por qué lloraba, tal vez ya lo sabía, tal vez ya sabía que me hacía la mujer más feliz del mundo. Simplemente me besó, con esos besos que hacían que todos los pensamientos huyeran de mi mente y no fuera capaz de pensar en nada. Noté su fría mano sobre mi espalda, bajando a la vez que me quitaba la sábana que nos cubría. Nada de eso me importó, ni el frío de la mañana, ni el sueño, ni el cansancio... Y volvimos a empezar algo que nunca acabaría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario