martes, 26 de julio de 2011

Se llamaba 18...

 Aquel era un día lleno de inseguridad para mí. Te quería, pero no lograba comprender porqué me habías dejado sin dar más pistas. Pero ese día había sido diferente, había recibido tu llamada y eso había hecho que todas las nubes del cielo desaparecieran, dejando un sol espléndido. Eso en mi mente, claro, porque en la realidad una fina lluvia comenzaba a empapar la ciudad. Eran las 16.30 y yo estaba allí, esperando en el sitio donde siempre quedábamos, el cómplice de nuestro amor. Bajé del autobús y allí estabas tú, esperando. Y descubrí que eras el de siempre desde lejos. Eras el chico del que yo me había enamorado. Me acerqué lentamente hacia ti mientras te girabas y me sonreías. Amor. Mis ojos no podían expresar otra cosa. Solo nosotros sabemos cuánto lo quería y cuánto daría por estar a su lado. Llegué a junto suya sonrojada pero sonriente. Entonces él me cogió de la mano, me besó la mejilla como si fuera una niña pequeña y juntos nos dirigimos al bosque donde varias veces nos habíamos dejado llevar. Me senté en aquellas escaleras, como otras muchas veces, mientras te observaba de arriba a abajo. Eras tan perfecto para mí... Y de repente te agachaste, acercaste tu cara a la mía y me dijiste: te quiero... Y me besaste. Yo sé que eso realmente no era amor, que lo único que estabas haciendo era pedir perdón por todo el dolor que causabas. Pero lo dejé estar, porque yo sí que lo amaba, y me daba igual mientras estuviera a mi lado. Sus besos eran tiernos y apasionados. Aun tengo el recuerdo de su mano resbalando por mi cuerpo suavemente. Lo encantada que yo estaba cuando te dejabas llevar por la magia y me besabas el cuello. Y aquel día la magia nos llevó demasiado lejos, más allá del engaño que estabas cometiendo. Así fue como pasó, así fue cómo aquel día olvidamos lo que eran el tiempo y el espacio y nos centramos en nosotros dos. Desde aquel día tengo la certeza de que aun me quieres, y que yo aun te quiero a ti.

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