Todos
aprendemos que la vida no es fácil a medida que nos hacemos mayores. Vamos
perdiendo la inocencia que cuida nuestras delicadas mentes desde que somos unos
bebés hasta el momento que cambia nuestras vidas. Yo soy afortunada, aun me
queda una poca inocencia, que me ayuda a protegerme del resto del mundo. Aun
creo que el mundo es bueno, que las personas pueden cambiar, que la gente que
más daño me hizo puede cambiar para bien. Que nada es imposible. No sé si soy
tonta por confiar demasiado en la bondad desaparecida del mundo en general o
afortunada por ser capaz de conceder más oportunidades a la gente que se lo
merece. Supongo que algún día despertaré del sueño en el que vivo, en el mundo
en el que todo es perfecto y nada me puede dañar. Todavía pienso que lo que más
me puede hacer llorar es la regañina de mis padres. Y aún sigo pensando que, en
cierto modo, la vida es mucho más bella de lo que la pinta la gente. Soy
cobarde, tengo muchos miedos, más de los que podría reconocer, y nunca guardé ni
guardaré rencor hacia ninguna persona del planeta, por muchas cosas malas que
me han hecho. Básicamente porque yo soy así, no estoy preparada ni dispuesta a
ser mala.
Aunque
no soy inocente del todo, ya que más de una vez tuve que sufrir. Sufrir y
perdonar todo lo que me habían hecho. Nunca pretendí hacerle daño a nadie,
hacer que alguien lo pasara mal nunca ha sido mi motivación. Y aunque lo
quisiera, no creo que lo consiguiera. A pesar de todo, inconscientemente hice
daño, como todas las personas de este planeta. Supongo que estamos destinados a
destruirnos entre nosotros, y quizás sea por eso que mi mente quiere seguir
siendo inocente para no tener que ver esa realidad. Prefiero quedarme en mi
mundo a regresar a un planeta que se está desmoronando lentamente, que parece
no tener salvación.
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