domingo, 27 de noviembre de 2011

Uno.


Envidio la manera en la que te mueves, siempre con cierta indiferencia. Me miras por encima del hombro durante una milésima de segundo y después desapareces de la misma forma de la que habías aparecido. Jamás una mirada de aprecio, una palabra bonita, ni siquiera un choque que te hiciera ver todo lo que soy. Día a día me desesperaba pensando que jamás te tendría entre mis brazos, que jamás sería capaz de dirigirte la palabra. En cambio, tenía mucho que decirte, mucho que ofrecerte, mucho que contarte. Empezaría con un ‘’no sé cómo decírtelo, pero creo que estoy enamorada de ti’’ y acabaría con un ‘’sé que tal vez te parezca un poco estúpida por estar diciéndote esto y que probablemente jamás me quieras volver a ver, pero necesitaba decirte lo que siento’’. Entonces una mirada tuya atravesaría mis ojos y me besarías con esa ternura ansiada en mi corazón. ¿Qué si es una obsesión? Puede ser, se podría definir también como una enfermedad que me va devorando por dentro, comiéndome el corazón muy lentamente, día a día. Y ya llevaba así meses y meses, colgada por ti, enamorada de un imposible. Aunque sentía la necesidad de contarte todo lo que sentía y desahogarme de una maldita vez, debía callarme. Debía callarme porque sabía que te reirías de mí. Al fin y al cabo, yo solo era una estúpida niña que soñaba con algo que jamás tendría. Ese deseo enfermizo era el que hacía que todo lo demás no significara nada. Probablemente ahí fue cuando empezaron mis problemas mentales, o quizás ya los tenía antes. En todo caso, yo sabía que estaba mal, pero no podía detenerlo. Era algo que me superaba, que superaba todas mis fuerzas… No podía evitarlo… No más. Era el momento de actuar, de ser algo más que una compañera en la vida de aquel chico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario