martes, 31 de enero de 2012

Wir sind nur Rauch

Aquí estoy, sentada una vez más en frente de la ventana que me separa del mundo exterior. Todo estaba gris, no había ni un rayo de sol que iluminara el día. La gente caminaba a paso acelerado para llegar pronto a su trabajo, a sus casas, a continuar con su vida sin preocuparse por la vida de los demás. En la habitación en la que me encontraba solo había oscuridad. O puede que hubiera muebles, gente, comida, sentimientos... pero yo solo sentía oscuridad. Porque ellos hacía mucho tiempo que se olvidaran de mi vida y se habían preocupado en las suyas, en si esa semana se podrían comprar ese abrigo tan caro que habían visto en la tienda de en frente, en si harían o no una cena invitando a medio pueblo, en si tendrían suficiente maquillaje como para acudir a la fiesta o tendrían que fingir estar enfermos. Asquerosos todos ellos. Ahí seguía yo, sentada en el banco de mi ventana, mi única compañera en esos ratos de soledad. A diferencia de lo que todos querían, llevaba unos pantalones y una camisa. Ellos nunca me habían aceptado por no llevar vestido, pero era una importante persona y no podía permitirse no avisarme en las fiestas. Era criticada, muy criticada. Pero nunca quise ser así, no es la vida que quise llevar, el destino solo sabe fastidiar. Me levanté despacio y me acerqué a la cortina. Toda la habitación estaba empapada en gasolina. Yo misma me había encargado de esa faena. Y nadie se había dado cuenta. Lástima por ellos. 
Encendí el mechero mientras sonreía mirando a la ventana...
La gente escapaba del accidente, caían trozos de muebles en llamas por todas partes, olía a piel quemada... Y yo, ardiendo, lloré de felicidad mientras moría una vez más, la definitiva.

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