domingo, 27 de febrero de 2011

Ojalá.


El tiempo solo se detiene cuando quieres que pase rápido. Le gusta fastidiar, sabe el momento exacto en el que te vienes abajo, lo inmortaliza en tu mente y no lo deja escapar. A veces el tiempo es cruel, como tus abrazos traicioneros. Aquellos que me atrapan y me hacen olvidarme de todo, aquellos que recuerdo en las noches en vela, aquellos que nunca me recogieron cuando caí al suelo duro, y ahora temo que nunca me recogerán. Son aquellos abrazos traicioneros los que tú me regalas día tras día, los que yo recibo sin reproche alguno, contenta de sentir el contacto de tu piel contra la mía. Pero sé lo que esconden eses brazos, el perfume embriagador de una derrota definitiva, en los que se hayan, ocultas hasta el anochecer, las mentiras que yo me quiero creer, los besos que me quieras robar, sentir el peso de tu cuerpo sobre el mío una vez más, la droga que me hace ser débil a todo lo que tiene que ver contigo. Tus traicioneros brazos son el principio de mi trágico sin vivir. Y sin embargo, no me quejo de sentir tus manos en mi cintura un día más, equivocarme una vez más, rozar tus labios con el filo de los míos una vez más, sentir la calidez de estar juntos solo en ese instante perfecto que, aunque sea una terrible traición, es simplemente lo que quiero.
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