lunes, 28 de febrero de 2011

Venetian

Se despertó aquella mañana, más temprano de lo normal debido al exceso de ruido que abundaba en la calle. Se preguntó a que venía tanto jaleo, pero recordó que eran unas fechas especiales al momento. Así que suavemente se deslizó entre las sábanas de seda que le cubrían del frío nocturno y se levantó de la cama. Un primer contacto con el suelo hizo que todo su cuerpo se estremeciera, pero se acostumbró rápidamente. Bajó las escaleras de mármol mientras se desperezaba, y al llegar abajo descubrió que la sala, normalmente llena de gente apurada, estaba ahora vacía. Claro, la fiesta de nuevo. Decidió que ella también debería acudir, o Padre se disgustaría por los malos modales de su hija. Volvió a subir las escaleras, esta vez casi corriendo, y entró apresurada por la puerta. Tenía que escoger algo bonito, que todos se sorprendieran cuando la vieran. Abrió el armario y empezó a esparcir la ropa por toda la cama. Todos sus vestidos eran muy bonitos, lo propio en las damas de esa época, pero estaba segura de que por alguna parte había un vestido... En efecto, allí estaba el ansiado vestido que llevaría a aquella fiesta. Ante ella se encontraba una pieza azul oscura, con diamantes estampados, que recordaba a la realeza de tiempos anteriores. Se había bordado cuidadosamente para damas de alto nivel, y ella podría lucirlo hoy. Lo cogió, lo acarició y acto seguido se lo puso, sin mucho trabajo pues ya estaba acostumbrada a ello. Acercó a sí misma los zapatos azules a juego con el vestido, se los puso y se tambaleó un poco debido a la altura de aquellos encantadores zapatos. Cuando consiguió recuperar el equilibrio, se acercó lentamente al espejo de cuerpo entero que tenía en frente al armario. Estaba preciosa, ella lo sabía, pero debía estarlo aun más. Se pasó el cepillo por su oscura melena, hasta recogerla en un moño alto un poco descuidado, que arregló con unas cuantas horquillas. Se dispuso a salir cuando recordó lo esencial. Era una fiesta, debía llevar la máscara. Abrió el cajón de su cómoda y sacó una máscara blanca que su padre le había traído desde la otra parte de aquel precioso lugar. Bajó las escaleras, esta vez con la elegancia de una señorita a la cual todos los presentes esperan, cogió el sombrero de plumas y salió a la calle.
Nada más salir, fue como si el tiempo se detuviera. Todas las miradas se posaron lentamente en ella, cuyos ojos pasaban entre sorprendidos y emocionados. Los hombres estaban cautivados; las mujeres, envidiosas. Pero la mirada de la hermosa dama se posó lentamente en la de aquel hombre de traje, tapado por una media máscara de color gris, con adornos de pájaro. Se acercó lentamente a él y, acto seguido, le besó. Y todo el mundo aplaudió. La fiesta comenzó entonces. Fuegos artificiales por todas partes, carrozas llenas de ilusión, bailes enmascarados y amores olvidados. Era el carnaval de Venecia.
Venetian Carnival

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